Las elecciones argentinas, ya han pasado y un gobierno se despide mientras otro se prepara para asumir, y todo ocurre en medio de una gran crisis, que afecta a la mayoría del pueblo argentino.
Años de divergencias enconadas hace que muchos estén tristes y desgarrados, ánimo que contrasta con el de muchos ciudadanos que están exultantes, porque “van a volver”.
Estos aconteceres no deben impedir recordar a Daniel, en su versículo 2:21, refiriéndose al Señor: “El muda los tiempos y las edades; quita reyes y pone reyes; da la sabiduría a los sabios, y la ciencia a los entendidos”. Entonces, en el fragor político, no debemos olvidar lo relevador —para nosotros— de esta Palabra.
En cuanto a lo cotidiano, en estos próximos años, nuestra tarea es, esencialmente, recordar siempre que nuestro “presidente” es el Señor y que nos regimos por su Palabra. Pero, como integramos un cuerpo social que sufre devaluaciones, falta de trabajo, de salud, de educación y de seguridad, debemos estar más atentos que nunca a movernos en los dos espacios que nos contienen, el espiritual y el carnal. Para el primero, oración cotidiana por el país (no esperar por los 40 días de ayuno y oración) y bendecir a nuestros gobernantes; es preferible orar por ellos “tapándonos la nariz” (como muchos suelen decir cuando votan) que no bendecir en absoluto. Analizar las decisiones gubernamentales con tranquilidad, despojados de fanatismo, evaluar y, si algo no nos satisface, hacerlo saber a los cercanos transmitiendo nuestros argumentos con ecuanimidad—sin iras, sin intolerancia y sin arrogancia.
Evocar asimismo que en dos años hay elecciones de medio término, donde se podrá dar señales correctivas si la gobernanza actual no nos satisface.
Y que el Señor nos brinde toda Su misericordia.