Sabemos que el memo de Homero Simpson, puede creer en cualquier personaje. Pero no está solo en esto: el mundo, o gran parte de él, se aleja de Dios, sin que esto signifique que se aleje de “creer en algo”.
Al respecto, nos viene a la memoria una prédica de un amado pastor, Oscar Daconte, que nos decía “—Mirá, es simple: aquello que vos ponés en primer lugar, es tu dios”. Cuando expresamos esto, nos referimos a nuestro mundo occidental y dejamos en esta ocasión de lado todo lo que tiene que ver con religiones dominantes en Oriente por ejemplo.
De esta forma van apareciendo distintos dioses, en una retahíla interminable. En nuestro entorno nacional, que nos puede interesar más, sin mucho esfuerzo logramos elaborar una rápida lista de creencias o de brújulas con las que muchos pretenden darle rumbo a su vida: la idolatría, la astrología y disciplinas adivinatorias (como el tarot o la videncia), la autoayuda en sus interminables envases, el relativamente recién llegado coaching, religiones esotéricas e, incluso, el auto altar, donde uno es el propio “superman” de su vida y no necesita de nada ni de nadie.
Hasta aquí, nada que la mayoría de los lectores de Rhema no sepa, pero que no está de más refrescar.
Las creencias se amplían
En la actualidad, las creencias se amplían y aunque no podamos incluirlas o compararlas a una religiosidad determinada, sí apreciamos que ocupan lugares preponderantes en la vida de las personas, como por ejemplo: el fanatismo futbolero, la excesiva inmersión en el trabajo, hábitos insalubres que se apoderan de la cotidianeidad y, últimamente y hacia un horizonte al que nos dirigimos para debatir, una calamidad que merece un análisis específico: la militancia ideológica exacerbada, de la que también —y lamentablemente— participan muchos creyentes, lo que se comprueba analizando mensajes que envían o comparten a través de la profusa vida digital donde transcurre gran parte de nuestro tiempo.
La militancia ideológica como creencia
El país está escindido en dos corrientes ideológicas antagónicas, cuyos integrantes están siempre prontos a defenestrar al rival y sus líderes prestos a cometer bajezas si fuera necesario, con tal de mantenerse en el poder o reconquistarlo.
Y esta intransigencia es tal que podemos también llamarla “creencia”. Porque para algunos que “su” corriente ideológica se imponga, es más importante que cualquier otra cosa: hacen de la actividad política o de la opinología, una cuestión de fe. Para ellos un discurso de su ideóloga tiene más fuerza que para nosotros un versículo firmado por Jesús. O un twitter de un exprimer mandatario es festejado como nosotros celebramos la parábola más fructífera de nuestro Señor.
Los bandos han tomado la cuestión como un Boca-Ríver, y solo les importa verse victoriosos, sin importar que la mayoría de las veces, el que pierde es el país, la que se va a la B es la Nación y los que ganan poder y dinero son los políticos que esgrimen casi enfermizamente las cuestiones de los otros, en vez de tratar de imponer las propias propuestas.
En ellos, esto molesta, pero no asombra. Lo que sorprende es la desenfrenada carrera de los adherentes ubicados en el llano por encontrar errores y miserias en los “enemigos”, en vez de indagar y exigir aciertos a los de su propio espacio.
Los ciudadanos de nuestro país (al menos un gran porcentaje de la población) en determinado momento deciden participar de alguna forma en la arena política y así, por afinidad, por cultura o por tradición, eligen uno de los sectores preponderantes. Y a partir de ese momento, que su bando “gane” o denigre al otro pasa a ser el eje central de su vida.
Podría decirse que ya no es importante defender las ideas del sector político elegido, sino defender la propia decisión: ya no importa tanto la verdad elegida, sino la personal realización, la autojustificación. Se lucha y se participa no para mejorar las propuestas para el país, sino para reafirmar el propio ego. Los sostiene el orgullo de “no perder”. Afortunadamente para ellos, los no creyentes no saben que “Abominación es a Jehová todo altivo de corazón; Ciertamente no quedará impune”, Pr 16:5. Pero se complica sobremanera cuando la altivez embarga a los creyentes, porque nosotros sí sabemos (o deberíamos saber) sobre el disgusto de Dios por la altivez del corazón —otra forma de decirle al orgullo.
Cuando la militancia ideológica es creencia en los creyentes
Nos fuimos deslizando así a un temario ríspido —pero que como comunidad nos debe interesar analizar— y este es cuando la enconada defensa de protagonistas políticos (de cualquiera de ambos lados) también es adoptada por los creyentes, que se transforman en militantes acérrimos y comienzan a tener dos creencias: Dios el domingo por la mañana (ya sea en el culto presencial con aforo o por Zoom/YouTube) y la ideología incorporada, el resto de la semana.
De esta forma, podemos ver cómo cristianos integrantes de ambos espacios, consienten robos, leyes que atentan contra la vida, acciones oscuras para esquivar la ley y alcanzar impunidad y decisiones gubernamentales que enriquecen a los gobernantes pero que contribuyen a que el país cada vez sea más miserable y continúe declinando en todos los órdenes.
Es doloroso ver esto en los argentinos pero es especialmente deplorable verlo en los cristianos, los que deberíamos ser ejemplos y no cómplices obnubilados tratando que “nuestra creencia” le “gane” a la otra.
Olvidando nuestras obligaciones
¿Por qué ocurre esto? Porque olvidamos que somos cristianos y sal de la tierra tiempo completo. No podemos tener un switch que nos permite el domingo llorar quebrantados por la muerte de Jesús que se sacrificó para darnos vida, y el lunes apoyar a quienes propician el aborto; no podemos vanagloriarnos que somos un rebaño que obedece a sus pastores y luego estar de acuerdo con una dirigencia que incita a rebelarse ante las decisiones gubernamentales; es hipócrita juzgar a Judas porque “sustraía de la bolsa” y luego hacernos los distraídos frente a la corrupción manifiesta, demostrada en fortunas imposibles de lograr siendo funcionarios públicos, a los que perdonamos por el simple hecho de que pertenecen a nuestro “bando” y solo anhelamos encontrar una canallada similar en la facción antagónica —y con estos “empates” penosos nos alcanza para justificarnos. Y decididamente no podemos seguir juzgando al hermano de la congregación que se equivocó y pecó y no juzgar a aquellos que producen escándalos y errores (que son horrores) por el simple hecho de que son de nuestro “palo ideológico”.
Nuestra creencia básica nos obliga a ir más allá, estar por encima de esta ideologización extrema. ¿Y por qué esto? Porque nuestro centro, nuestro Rey, nuestro Amigo, nuestro Redentor ha recibido, 758 años antes de nacer, una descripción que lo define y que nos define: “Príncipe de Paz” —Isaías 9:6.
Por supuesto, algunos podrán citar versículos donde Dios es Dios de Guerra pero los versículos precisarán justo eso: Él es Dios de guerra [en determinados momentos], no nosotros.
¿Dónde fueron a parar los pacificadores?
Pero si Isaías no nos mueve un pelo, veamos qué dice Mateo sobre lo que expresa nuestro Señor Jesucristo, en el sermón que es difícil que no nos hayan predicado alguna vez, El Sermón del monte: “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios” —Mt 5:9. Los pacificadores son aquellos que se han reconciliado con Dios y han hecho la paz con Él gracias a la obra de la cruz, y ahora se esfuerzan cada día de su vida en guiar y testimoniar a otros —incluso a los enemigos— a estar en paz con Dios. ¿Y cómo puede ser posible esto, si la vena del cuello del creyente se inflama ante la mención de los “otros”? ¡¿Qué clase de pacificador será?!
Pero aun hay más complicaciones para los creyentes ideologizados en extremo y es el propio Jesús —cuando no— el que los pone en un brete, nuevamente a través de Mateo: “Pero yo os digo: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen” -Mt 5:44. Sí, el Señor nos pide mucho, lo imposible pareciera, ¡qué novedad!, pero seguramente alguna vez nos han dicho que ser cristiano es una tarea ardua, compleja y que incluye que nuestro yo carnal muera y renazca como “nueva criatura”. Es difícil pensar que el Señor estará contento, sabiendo que hemos renacido con emociones constantes de enojo, ira e, incluso, odio por los otros.